Todo niño que juega se comporta como un poeta,
pues se crea un mundo propio o, mejor dicho,
inserta las cosas de su mundo en un orden que le agrada (…)
toma muy en serio su juego,
emplea en él grandes montos de afecto.

Sigmund Freud

                Con los primeros mapas que construimos en la infancia iniciábamos el camino de la exploración teniendo como centro del GPS nuestro hogar. Con los amigos de la escuela y el barrio comenzábamos una etapa nueva… ya no explorábamos, sino conquistábamos distintos espacios de juego: patios,  veredas, plazas y baldíos  

Para un adulto común y corriente que ha perdido casi toda la magia arcana de la fantasías, cuando se dirigía al almacén o volvía del trabajo,  las calles, veredas y baldíos eran sólo eso… pero para los niños que pasaban de la exploración a la conquista un baldío podía convertirse rápidamente en el Maracaná lleno de hinchas de fútbol, el “lejano oeste” donde diligencias podían ser asaltadas en cualquier tramo del camino, una zona Bancaria donde ladrones y policías se enfrentaban, un “barripuerto” en el que se competía a ver cuál era el barrilete más bonito y cuál llegaba más alto, el lugar donde se hacía un túnel para llegar hasta el otro lado del mundo: China, el safari en la selva munidos de ondas, arcos y flechas a la espera de cazar algún pájaro o serpiente… que más decirles … ¡hagan memoria!

Los tiempos del juego fuera de la actividad escolar eran marcados por la “hora de la leche” -a partir del intuitivo cálculo de la posición del sol o de cierta sensación de vacío en la panza-, la “hora” de los dibujitos -que literalmente era una hora-, la caída del sol en el verano. Alguna vez ocurría una interrupción contingente debido al fuerte sonido del nombre de uno de los amigos de boca de su madre pidiendo que regrese a la casa, pero era excepcional, y si el compañero de juego buscaba excusas para regresar a su hogar, un segundo grito marcaba el fin del intento de negociación horaria.

Casi sin darnos cuenta nos transportábamos del mundo del juego solitario acorde a nuestras fantasías, al mundo donde construir una fantasía común con otros. Algunos chicos tardaban más en dar ese paso, pero a los amigos se los esperaba y acompañaba, en algún momento pedían jugar y se les hacía lugar. Otros pretendían hacer valer la lógica del juego solitario con el grupo donde los demás pasaban a ser actores secundarios de SU juego, pero ya no funcionaba de esa manera… no era tan fácil que hubiese amos y esclavos en el juego grupal, si el “dueño de la pelota” se encaprichaba y quería tomar ventajas de su posición, el conjunto de los chicos por mayoría o abandono solía no ceder y jugar a otra cosa.

Puercoespines

                Hace unos 200 años Arthur Schopenhauer utilizó una metáfora muy particular para expresar la dificultad en la construcción de un equilibrio entre la proximidad y la distancia de los cuerpos en las relaciones entre las personas. En el pasaje del juego solitario al juego grupal los seres humanos actuaríamos como un grupo de puercoespines en invierno, que para sentir calor se acercan unos a otros hasta que se clavan las púas, para luego alejarse lo que nuevamente les provoca frío por lo que vuelven a acercarse… esto lo repiten una y otra vez hasta que la distancia es la óptima, la soportable. Claramente se trata de cuerpos reales y no virtuales, cuerpos que en la cercanía se pueden dañar unos a otros, y que en la lejanía sienten angustia y soledad.

                La “tensión del puercoespín” es algo que aparecía y se notaba en ese espacio intermedio que se constituye entre el niño y los otros que son los juegos grupales. La fantasía y el placer de jugar con otros facilitaba que el niño consienta a construir distancias más o menos óptimas entre los cuerpos, la cultura ofrecía por transmisión distintos tipos de juegos reglados que habían sido efectivos por generaciones. No hay duda en afirmar que jugar es algo serio.

                La primera conquista de la pequeña pandilla de puercoespines (generalmente dos o tres) era el patio de alguna casa. Ese lugar maravilloso se convertía en un espacio de juego donde las fantasías encontraban su expresión… el armado de pistas de carrera hechas de cartón y con pendiente para que los “autitos de colección”  pudieran “correr”, los escenarios de batallas realizados con “soldaditos”, y tantos otros juegos permitía que esos pequeños grupos construyeran lazos de amistad y con ello normas de cómo estar juntos, a qué jugar y de qué manera, sin la presencia de la mirada del adulto como sucedía en el patio de la escuela o en otros lugares.

              Los adultos decían que las veredas fueron hechas para caminar… los niños refutaban esa creencia porque para ellos es donde se producía la segunda conquista de territorio de juego, que abría la puerta un mundo más grande. En la vereda comenzaban a suceder muchas cosas: si había una parte de tierra se jugaba a las bolitas (canicas), una buena pared siempre era útil para dos juegos fantásticos con figuritas: la “arrimada” y la “montada”, ni que hablar de “la mancha” en sus distintas versiones, o las competencias con aviones papel… juegos que a su vez atraían a otros puercoespines sueltos con los que se comenzaba a configurar un pequeño grupo de puercoespines; la pelota era un clásico que generaba revuelo en el barrio especialmente si el arco era el portón de un vecino o si el juego se realizaba a la hora de la siesta.

La tercera conquista se convertía realmente en una aventura… el baldío, la plaza, nuevos territorios con las distintas complejidades porque, el barrio y la plaza estaba habitado por distintos grupos de puercoespines. La inclusión en un mundo más basto pasaba a ser un ensayo social del mundo futuro donde para estar con otros, no solo haría falta compartir algunas fantasías sino incorporar normas de convivencia y esto se lograba a partir de los juegos: apropiarse del cuerpo, del uso del espacio y la construcción del tiempo, regular la “tensión del puercoespín” para que el juego sea posible… jugar con reglas que nos permitían ir construyendo un mundo que no era a imagen y semejanza de nosotros mismos, sino en relación con los otros… y estas cosas, se hacían en “cuerpo presente” ya que la virtualidad no deja de ser un señuelo que obstaculiza la relación REAL con otros.

Postdata: Aunque a muchos le parezca que los niños abandonaron la socializacion de las veredas, plazas y baldíos, según distintos estudios realizados en ciudades del país donde se investiga sobre el uso y vigencia de las plazas y veredas como espacios públicos de socialización (De Grande P. ¿Plaza o vereda? Espacios de juego y socialización barrial en la Argentina), el 63,46 % de los niños utiliza las veredas mientras que entre el 27,89 % niños utilizan las plazas dependiendo los porcentajes de la edad  y de la distancia a la plaza.

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