Para cualquier edad del ciclo de la vida, vivir en Anchorena en los 80 era una ventaja por su cercanía a distintos espacios públicos donde realizar diversas actividades, especialmente jugar a la pelota.
Jugar a la pelota no es lo mismo que la práctica deportiva e institucionalizada del fútbol. Jugar a la pelota es eso… un grupo de amigos se junta a jugar entre sí o con otros, no tiene que pagar la pertenencia a un club, ni participar de entrenamientos específicos; tampoco hay quienes se quedan en el banco porque juegan todos, incluso, cuando “falta alguno”, alguien que ocasionalmente fue a mirar, es incorporado y de esa manera no solo se divierte, sino que establece nuevos vínculos.
En Anchorena y lo que podría denominarse “las villas”, jugar a la pelota no era cuestión de fin de semana. Los chicos de distintas escuelas y los de barrios aledaños se juntaban durante la semana “a contraturno” del horario escolar con el objetivo de “jugar a la pelota”. Casi nadie participaba en un club… sólo se trataba del placer de jugar con los amigos. Los adultos utilizaban otros horarios, especialmente los fines de semana, siendo un gran programa para el merecido descanso laboral. Los distintos equipos barriales se juntaban a jugar o realizaban campeonatos, cuyo resultado era una ocupación plena de los espacios desde la mañana hasta que caía el sol, teniendo que esperar muchas veces el “turno” para jugar siendo parte de los pactos no escritos entre los usuarios de los espacios. Los barrios aledaños a las “Tres Villas” y personas de otros lugares de la ciudad tenían muy claro donde se podía jugar al fútbol: 5 canchas de distinto tamaño en Las Villas, dos en el Parque Independencia.
Ya iniciado 2023 y formando parte de quienes, en distintos momentos y horarios salen a caminar bordeando las “tres villas” y el parque, caigo en la cuenta de que todas las canchas están alambradas, privatizadas y vacías, lo que me genera la pregunta de ¿a dónde van los pibes de los barrios a jugar a la pelota? ¿y los trabajadores que los fines de semana tenían como posibilidad encontrarse con amigos y distenderse del trabajo diario? ¿acaso el derecho a contar con espacios de juegos de libre acceso dejó lugar al negocio municipal de sacarse los espacios públicos de encima para que otros los mantengan y lucren con ellos? ¿Acaso los contribuyentes solo tenemos la obligación de pagar los impuestos pero no podemos hacer uso del derecho a gozar de los espacios públicos? ¿Cuánto tiempo más el Municipio y los distintos partidos políticos que conforman el Honorable Concejo Deliberante seguirán mirando para otro lado mientras se privatizan los espacios destinados a todos? ¿Acaso todos los ciudadanos que quieren jugar a la pelota cuentan con el dinero para pagar la “canchita de fútbol privada”?
La Privatización del Espacio Público
En su definición más sencilla se denomina espacio público “al espacio de propiedad pública (estatal), dominio y uso público. Es el lugar donde cualquier persona tiene el derecho a circular en paz y armonía, donde el paso no puede ser restringido por criterios de propiedad privada e intencionalmente por reserva gubernamental”. Calles y plazas conforman el “espacio público”; también parques, jardines y espacios naturales de propiedad estatal.
La Administración pública debe garantizar la accesibilidad a todos los ciudadanos, por lo que -entre otras cosas- puede fijar condiciones para la utilización y realización de actividades, siempre y cuando no se viole el principio de que el espacio público como su nombre lo indica, es de todos… no de un individuo ni de una organización en particular.
En los últimos años la Municipalidad de Bahía Blanca ha tenido como estrategia ceder los espacios públicos al uso privado a clubes y organizaciones, avanzando sobre los tradicionales espacios de juego y diversión que hacía uso la población de forma gratuita. Los derechos de la infancia como el de “hacer deporte, a jugar y disfrutar de un ambiente sano” se han convertido en privilegios para algunos, los que pueden pagar la respectiva cuota del club o el alquiler de la “canchita”. Algo similar ocurre con los derechos de esparcimiento de los jóvenes y los trabajadores, que influyen en otras áreas como la salud de la comunidad y el buen vivir.
Cualquiera dirá que las cesiones se realizaron a “entidades sin fines de lucro”, lo que es cierto… pero son entidades en las que para ser miembro hay que pagar una cuota societaria y luego pagar un poco más para participar de la práctica institucionalizada del deporte, y por supuesto si uno quiere una cancha para jugar algunos clubes disponen de ellas previo pago del “alquiler de cancha”. Dichas Organizaciones poseen socios, empresas patrocinantes, modos de recaudación de dinero que los pibes del barrio, los jóvenes y los trabajadores no tienen… ellos solo quieren juntarse a jugar al fútbol, ejercer su derecho a realizar deporte. De la misma manera que existen espacios privados que son de uso público (como shoppings y galerías), la libre actividad de juego en nuestros barrios se ha visto seriamente afectada por la constitución de espacios públicos de uso privado… y este término hay que utilizarlo en todo sus sentidos: Privado en tanto se priva a la población de la posibilidad de uso del espacio de todos; Privado en el sentido que para acceder a ellos hay que realizar una serie de pagos que la mayoría de la población no está en condiciones de afrontar, que tampoco garantizan la posibilidad de utilizar el espacio en tanto son destinados para el uso de la práctica de fútbol institucionalizada (u otros deportes) alguna vez a la semana con la mayor parte del tiempo sin un fin útil. La única opción para la gente de las villas termina siendo, previo pago, concurrir a canchas privadas que no forman parte de clubes de fútbol… y si no hay dinero… la nada misma.
Canchas vacías de uso exclusivo… niños y adultos sin posibilidades de jugar a la pelota en nuestros barrios… algo no está bien.





