En “el libro de las tierras vírgenes” Rudyard Kipling asocia el origen del miedo con el temor a la muerte. Creo que no se equivoca. Si la angustia es un temor inexplicable que toma todo el cuerpo provocando extrañeza al sentir los latidos de nuestro corazón, el sudor que invade nuestro cuerpo y la sensación de soledad extrema nos hace suponer que nadie puede salvarnos, el miedo a lo desconocido o paranormal se constituye como una primera solución. Podríamos decir que en algunos casos es el primer tratamiento que se realiza para que la angustia sea soportable al adjudicarle un motivo. Si la angustia nos deja a merced de una muerte inminente de la cual no podemos huir, el miedo permite alejarnos de lo temido evitando lugares, personas y situaciones.

Del miedo surgen las historias y mitos populares que invitan a evitar situaciones supuestamente peligrosas: mitos y leyendas urbanas que dan forma a lo temido, tanto en niños como en adultos. En el caso de los niños aparecen figuras como “el hombre de la bolsa”, “el cuco”. En los adultos las historias son más más complejas y tratan de posesiones demoníacas, daños, casas embrujadas, fantasmas y espíritus que dan forma a la angustia. En algunas ocasiones la figura del curandero/a aparece como quien sabe cómo liberarnos de lo “malo” (o lo extraño) por medio de una secuencia de rituales y objetos mágicos apunta a liberarnos de la angustia. Bien… es el momento de compartir algunas historias del barrio

La llorona en Anchorena

            Las noches de fines de los 70 y comienzos de los 80’ trajeron intranquilidad en algunos barrios de la ciudad. Cuando se acercaba la medianoche algunas veces se escuchaban gritos dolorosos que rasgaban el velo del silencio nocturno en un tiempo donde a eso de las 2200 hrs todos dormían. Las “apariciones” habían comenzado en Ing. White, pero poco a poco se extendieron a distintos barrios de la ciudad, entre ellos el nuestro.

            La radio y los diarios de la época encontraron rápidamente un nombre para lo que sucedía… se trataba de “la llorona”. ¿Cómo llega una leyenda popular mexicana a Bahía Blanca? no podemos saberlo… lo que sí podemos recordar son los comentarios sobre el “alma en pena” que, inmersa en un profundo dolor por haber asesinado a sus hijos, recorría por las noches las ciudades para reencontrarse con ellos. Cruzarse con “la llorona” era algo que debía ser evitado porque la desgracia caería sobre la persona… inclusos algunos podrían morir por el espanto

            Como sucede en muchos lugares y a decir del cantautor Joan Manuel Serrat en su célebre tema “mis amigos son unos atorrantes…”, hay quienes sacan provecho de algunas situaciones de temor para divertirse. Tal fue el caso de un grupo de adolescentes/ jóvenes (no los puedo nombrar) que se dedicaron durante algunas noches a simular el llanto desgarrador en distintas zonas del barrio, generando terror en los vecinos que los oían. En algunos almacenes los gritos de “la llorona” era tema del día, mientras el grupito de adolescentes /jóvenes reía a escondidas.

            Finalmente, las denuncias de los vecinos de uno de los barrios permitieron a la policía localizar a “la llorona”, siendo una persona con una enfermedad mental sin tratamiento que, acongojada por su padecimiento, algunas noches había salido a la calle llorando. El por qué habría aparecido en los distintos barrios nunca se supo, sospecho que no fue un solo grupo de adolescentes el que buscó divertirse con la simulación. Las “apariciones” no duraron demasiado tiempo, pero el relato de ellas se transmitió durante años.          

Extrañas ofrendas.

            Los avatares de la vida, el sufrimiento y la muerte son terreno propicio para  pensar que fuerzas extrañas operan en nuestras vidas, algunas para bien y otras para mal. En un tiempo donde la ciencia todavía no podía dar muchas explicaciones o que la salud no estaba al alcance de todos, los curanderos/as y sacerdotes ocupaban un lugar muy especial en la cultura barrial… eran quienes por medio de algún ritual podían proteger nuestras casas o quitar los males que aquejaban a los miembros de la familia, en una especie de lucha entre el bien y mal protagonizada por brujos y curanderos.

            Si alguien sufría angustia o tristeza, el curandero/a “encontraba” el motivo en algún “daño” de alguna persona que habría acudido a una “bruja” para provocar el mal. Muchas veces la angustia disminuía con el costo de generar algún resquemor con algún vecino al que se le adjudicaba el origen del “daño”. Si alguien se suicidaba no era producto de la melancolía sino de poderes ocultos. Si alguien enloquecía no era el inicio de una esquizofrenia paranoide sino una posesión demoníaca. Si alguien enfermaba y moría disminuyendo de peso, no era una enfermedad como el cáncer sino un “daño” que había consumido a la persona.

Encontrar un sentido para la vida, la enfermedad y la muerte es algo humano, de la misma manera que buscar ayuda y consuelo en distintas personas de la comunidad que, según la creencia popular, podrían torcer ese destino. Cuando los conocimientos de la ciencia aún no daban respuestas y no existían los tratamientos actuales, apelar a lo sagrado o a lo oculto se convertía en la alternativa común para muchas personas del barrio.

Sobre principio de los 80 durante unos meses comienzan a pasar cosas extrañas que se salían de la lógica cultural de sacerdotes y curanderos/as. Comenzaron a aparecer extrañas ofrendas en algunas esquinas depositadas cuando todos dormían. En algunos casos se trataba de una botella de Whisky o alguna otra bebida, acompañada por entrañas de gallina ensangrentadas y velas encendidas cuyo origen era algún ritual desconocido para la gente del barrio. Con el tiempo se supo que se trataba de “Umbanda”, una religión brasileña producto de un sincretismo entre religiones africanas, santorales católicos y espiritismo

El barrio estaba convulsionado y con temor. Los bebedores tentados por ese Whisky gratuito que aparecía en algunas esquinas no sacaban provecho de la situación, era más fuerte el temor que la sed. Los dueños de las esquinas generalmente no desarmaban esos pequeños altares que a veces duraban más de un día, se decía que quien los tocaba podría recibir el mal que se exorcizaba a través de ellos. Finalmente los barrenderos municipales, creyentes o no, asumían la tarea de removerlos. Las esquinas volvieron a su normalidad cuando un curandero itinerante (que visitaba distintas ciudades) se marchó luego de 3 meses de “atender” en la casa de un vecino.

Hay muchas otras historias de “Anchorena paranormal”, si el lector /a quiere, puede compartir alguna de ellas en los comentarios.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *