Un barrio es más que un espacio definido por una serie de calles que en un mapa de la ciudad forman una figura geométrica. En él, cientos de historias habitan escondidas en cada uno de nosotros; algunas se recuerdan con amigos, otras no se cuentan por temor a los fantasmas del pasado que puedan agitar.

            El mapa de un barrio, como dice Marcelo Díaz  -el poeta que vive de Sócrates para abajo – se construye con las historias que nos habitan:

            La esquina del primer beso,

            La canchita donde brotó por primera vez sangre en la rodilla o la nariz,

            La calle donde ganamos la carrera de “embolsados”,

            El picor que produce el globo con agua y burbuja de aire al explotar en nuestra espalda, en la batalla de carnaval con el barrio de al lado,

            El baldío donde al llegar la primavera se pintaba el cielo con barriletes de colores,

            La carnicería donde las madres controlaban el peso los bebes en la balanza – previo colocar un papel de diario -,

            La casa de la enfermera que calentaba una jeringa metálica con la cual nos iba a inyectar ese remedio que curaría el catarro.

            Los invitamos a enviarnos historias del barrio para publicarlas e ir construyendo un poco nuestra historia… aquí la primera de ellas

El Kiosko de las Historietas

            Dentro de esas historias que habitan el barrio, ocupa un lugar muy especial para mí y para los que crecimos en la década del 70 el Kiosko para “cambiar Historietas” ubicado en Remedios de Escalada, donde la Sra De Mattia sin saberlo, cumplía un rol cultural clave para los niños en el inicio de la lectura como para adolescentes y jóvenes en las primeras fantasías viajeras donde se comenzaban a recorrer y conocer el mundo a través de los Cómics o Historietas.

            Para entrar en el circuito de intercambios debíamos tener al menos una historieta que se clasificaba de la siguiente manera:

  • Formato “Patoruzito” (Locuras de Isidoro, Patoruzito, Lúpin, Hijitus, etc)
  • Formato “El Tony” (Intervalo, Fantasía, D´artagnan, etc)
  • Skorpio.

            La operación que tenía el costo de una o dos monedas – el valor de dos o tres caramelos – comenzaba con un acto de inspección cuasi ceremonial. La Sra De Mattia examinaba la revista: Debía estar completa (sino era rechazada) y luego la clasificaba por su estado general (seminueva, media rota, etc). Una vez “clasificada” nos acercaba una pila de ejemplares de la misma categoría y en similares condiciones, donde elegíamos alguna que no habíamos leído. El intercambio se cerraba con la entrega de las monedas, para luego retirarnos emocionados hacia nuestra casa, expectantes por poder leer una nueva historia o aventura.

            El sistema parecía funcionar a la perfección, muy pocas veces nos íbamos sin una nueva revista para leer en el clásico horario de “la siesta” (costumbre de la época entre otras cosas por el horario partido de muchos trabajos) lo que llevaba a distintas elucubraciones sobre el origen de las revistas, especialmente sobre quiénes las habían comprado o por qué los lectores nunca nos encontrábamos en el momento de los intercambios.  La “siesta” estaba salvada… nuestros padres podrían descansar sin ser molestados, nosotros podíamos leer sin ser demandados para sentarnos a realizar la tarea de la escuela o ir al almacén por alguna compra.

            Para quienes daban los primeros pasos en la lectura, una revista formato “patoruzito” era ideal. Con la lectura silábica de los primeros grados llevaba un buen tiempo leerla, aunque a nosotros nos parecía corto por esas cuestiones que el tiempo en la infancia no es vivido de la misma manera que cuando se es adulto.

            Avanzando en edad, el hábito de lectura era cada vez más rápido y los intereses comenzaban a cambiar, produciéndose el pasaje hacia las “revistas grandes” donde nos divertíamos con “Pepe Sánchez”, “Mi novia y yo”; iniciábamos la lectura en historias gauchescas de la mano del “Cabo Sabino”, los westerns con “Jackaroe”. Los mitos e historias de diferentes culturas tenían una magia especial, con “Nippur de Lagash”, “Aquí la legión”, “Gilgamesh el inmortal” y tantas otras que nos invitaban a soñar con grandes aventuras.

            Con los años crecimos, los Comics e historietas fueron desapareciendo y cuando nos tocó ser padres, horrorizados nos dimos cuenta que su lugar había sido ocupado por aburridos libros infantiles escritos con “fines educativos”. Los que disfrutamos de los intercambios de revistas en el Kiosco de la Sra De Mattia estábamos advertidos de que no existe motivación si los textos y gráficos no invitan a la fantasía y aventura, lo único que permite estar horas leyendo silábicamente hasta poder “leer de corrido” no porque nos obliguen a leer, sino porque deseamos leer para explorar nuevas historias y nuevos mundos. Es en ese momento donde junto a nuestros hijos, comenzamos a releer algunas viejas historietas o conseguir algunas nuevas.

            En el barrio ya no hay lugares para intercambiar revistas.

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